jueves, 7 de enero de 2016

Mate

Abro los ojos porque el sol hace que mi visión interna se torne anaranjada, amarillenta, cálida. Es hora. Me levanto cómo puedo, repleta de torpeza, cómo siempre. Pero levantarme de la cama no significa que esté despierta. Me despierto cuándo escucho el sonido del gas calentando la pava plateada, cuándo comienza a silbar fuerte, ahí, en ese instante, comienzo a despertar. Mi abuela en la cocina preparando mi amanecer. 
Me siento en la mesa redonda dónde se encuentra situado ese destello de sol, el mismo qué me causó la primer inquietud del día. Ahora la inquietud se convirtió en placer, Porque está ella, ella con su mate. 
Es plateado, hace juego con la pava. La bombilla es de metal, con detalles en cobre, con su nombre grabado justo en la mitad. 
Observo sus manos tibias envolviendo la bombilla, curtidas por el sol, sus uñas con un tenue brillo que las hace únicas e inigualables. 
Agarra la yerba, esa que trajo del sur, llena de yuyos silvestres, con aromas cítricos mezclados con algunas notas de perfume primaveral. Me Dice que es la más sabrosa, con una sonrisa dibujada, mientras me mira fijo y ceba el primero. 
Siempre se lo toma ella. Dice que es amargo y que deja una sensación de acidez que es difícil de aplacar. Yo la dejo. 
Ahora me toca a mí. Me lo da con una tenue dulzura, con un amor incondicional, con una meta: Hacer que mi día sea feliz. 
Ella no sabe que lo logra con una rapidez suprema. 
Lo agarro, mis manos se entibian lento. 
Lo empiezo a tomar, Succiono despacio, con calma, mientras el agua cálida se apodera de mi boca y de mis dientes, generándome una sensación de hogar. 
El amargor y el gustito primaveral me recuerdan un paisaje largo, que se va dibujando cuándo el líquido formado por la yerba y el agua se va desarmando y enfriando, desde mi boca hasta la faringe, de la faringe a mi esófago, y de ese lugar oscuro y desconocido, a mí estómago. 
Ahí doy por finalizado el viaje, ahí puedo decir que estoy despierta, que siento, que vivo, que soy. 
Se lo devuelvo y la abrazo sin pausa. Una rutina sagrada con el mismo amor. 
Siempre me da bronca no haber grabado en mi piel y en mi memoria algún detalle de nuestro último ritual.