martes, 12 de mayo de 2015

Su jardín

 
Emma Levantó la primer hojita de su jardín. La primera que había desprendido su árbol favorito. 
Apenas comenzaba el otoño, y aunque a ella mucho no le gustaba ver a sus árboles libres de hojas, éste año no le afectó cómo los anteriores. 

Es una mujer alta y bella, de ojos celestes y tez muy blanca. Ama de casa, sin hijos y con una profunda admiración por la vida. 
Esa mañana, particularmente, se sentía contenta. No existía ningún suceso en específico que la haga sentir así, pero se le notaba en la cara un brillo especial. 

Anoche llegó un vecino nuevo, y al parecer, era muy buen mozo. 

Se quedó un rato regando sus plantas y mirando cómo la segunda, tercera, cuarta y todas las hojas se empezaban a desprender. No le afectó en lo más mínimo. 
Cuándo terminó, se cambió y salió a la calle. Quería comprar algo de comida, ya le había agarrado hambre. 
Bajó las escaleras, abrió la puerta y estaba él. Golpe al corazón. 

Hola, qué tal? -murmuró el hombre alto, canoso y flaco- 
buen día y bienvenido. -Respondió Emma- 
De repente se dio cuenta que se había quedado tildada mirando al señor. 
Salió caminando rápido por la vergüenza y entró de nuevo a su casa. 

George se mudó porque en su pueblito ya no quedaba trabajo. La mayoría de sus conocidos para los que trabajaba se habían muerto. Vivía en un lugar pequeño y en malas condiciones.
Su mamá murió hace unas semanas, y con la plata que le dejo debajo del colchón cómo herencia, lo ayudó a poder mudarse a Culis, el pequeño gran pueblo dónde todos quieren vivir alguna vez en su vida. 
Es jardinero, desde pequeño, su padre le enseñó a podar árboles, a plantar y a cuidar el jardín de su casa. Con el tiempo se dio cuenta de que era su vocación y estudio jardinería. 
Se puso muy orgulloso cuándo se recibió y desde ahí empezó a trabajar sin parar para todos sus vecinos. 
Lo querían mucho, aunque decían que era un poco extraño. 
Después de cinco años de trabajo constante, George se despidió de su gente y su pueblo. 
Culis lo esperaba, cómo soñaba hace ya varios meses. 

Al verla tildada frente a el, se le aceleró el corazón al instante, cómo un flechazo. Los ojos color cielo de Emma se habían clavado en la mente como dos cuchillos filosos. Nunca había sentido algo parecido, hasta ese momento. 

Esa noche, en el pueblo se hacia una reunión popular, en el galpón de don Jacinto, el señor más antiguo de Culis. Era un lugar enorme, siempre el ponía el galpón y su mujer cocinaba rico para pasar la linda noche. Era tradicional esta fiesta y se ponían todos muy contentos cuándo se acercaba la fecha. 

Emma no sabia como acercarse a él para invitarlo a la reunión, pero su deseo de tenerlo un poco más cerca la invadían. 
Después de veinte minutos meditando todas las posibilidades, se puso perfume y fue derechito a la casa de su vecino. 

Timbre 1, timbre 2, timbre 3... Tocó el 3 sin dudarlo ni un poco. 
- quién es? - se escuchó por el portero. Una voz ronca, de recién despierto. 
- Hola ... Soy Emma, la vecina de enfrente, no quiero sonar atrevida, pero hoy hacemos la reunión anual y quería invitarlo a usted, así de paso conoce a todos - 
- le agradezco la invitación, pero no se si podré asistir, cualquier cosa le aviso. 
No contestó más. 
Emma se quedó atónita por el misterio del señor, y cabizbaja caminó de nuevo a su casa. 

Empezó a vestirse, probó la mitad de su placard entre algunas caras de tristeza y algunos pensamientos llenos de incertidumbre. ¿quién es, y qué pasa con  éste hombre? Se dijo en voz alta, preocupada. 

George prendió la hornalla y lleno la pava. Siempre tomaba un té de jengibre antes de dormir, decía que le hacía bien al alma. 
Meditó la idea de asistir al evento, pero sus pasiones de entre casa lo fascinaban. Su libro de turno, su té y sus escritos interminables. Amaba escribir. 
Pensó mucho en ella también, en sus ojos, en su voz, aunque la escuchó un poco distorsionada por el portero. 
Por un momento le dieron ganas de vestirse e ir corriendo al... ¿A dónde? Ella no había terminado de decirle donde se reunían, porque su negación fue tan rápida que ni la terminó de escuchar.
Intentó correr todos esos pensamientos de la mente y se puso a leer. 

En Culis amanece temprano. A las 6 de la mañana ya está el pan caliente en la panadería de Juana, y casi todos los vecinos hacen cola para llevarse las exquisiteces para el desayuno. 
Emma siempre iba primera, se levantaba a las 5:30 de la mañana, regaba sus plantas y se bañaba para estar a las 6 en punto en la puerta del local. Era rutina. 

La casa de George quedaba enfrente de la panadería, y él, por la ventana, espiaba los movimientos barriales para sentirse parte, 
Esa mañana la vio a ella, radiante, hermosa, dueña de -para él- una belleza sublime. 

Fue soltero la mayor parte de su vida, nunca le salió convivir, o tal vez, nunca de enamoró lo suficiente cómo para eso.  

La pregunta le seguía rondando por la cabeza una y otra vez. Y al mismo tiempo, su cara, su cuerpo y la voz ronca a través del portero, todo le retumbaba el cerebro. ¿Qué esconde ese hombre?.

Hacía dos días que no lo veía salir de su casa. Pensó que tal vez sería una persona a la que no le gusta salir mucho o que tal vez se había enfermado. 
La duda era tan grande y la ansiedad tan infinita que decidió ir a tocarle el timbre. 

- hola señor, soy Emma, la vecina que lo invitó el otro día a la reunión, quería preguntarle si se encontraba bien, ya que hace dos días no lo veo salir de su casa- 

- Hola, bien, sólo que no soy de salir. gracias. 

Y colgó, otra vez colgó. 

Su madre le preguntaba siempre si tenía novia. La cara se le transformaba en todo aquello que ni el conocía. Odiaba esa pregunta con todo su ser. Odiaba a su madre con toda su alma. Por suerte se había muerto. 

No entendía nada, no entendía el misterio del hombre y eso la ponía triste, no sabia por qué, pero sentía que lo necesitaba cómo si fuese una de sus plantas, a ese punto. 
Y la preocupaba también, ¿Cómo podía sentir tanta necesidad de ver a una persona que no conocía? Estaba mareada, con ganas de que alguna señal le responda todas las preguntas de una buena vez. 

Estaba sólo en el mundo, ahora que su madre había muerto, aunque agradecía eso, ya no le quedaba nada. Nada por lo que preocuparse, ni pensar, sólo él y eso ya era mucho. 

No podía soportar el hecho de pensarla, de juntar la imagen de ella caminando suavemente a buscar el pan. Su voz distorsionada por el portero eléctrico. Su dulzura al preguntarle si se encontraba bien. Creaba una composición viviente, cómo si la imagen de su cuerpo, le gritaría sus preocupaciones para con él mirando a la ventana. Cómo si no existiese el espacio entre el local y la puerta de su casa, y cómo si el portero se extinguiría.
 Una imagen entera y casi real la que creaba con las piezas de la mujer. Una fantasía un tanto extraña, pero le gustaba. 

Esa tarde Emma encontró un sobre en el buzón. Era una carta con firma "George " 
Era de él. Decía que por favor no haga ruido con la podadora tan temprano, que no podía dormir. 
Se sorprendió, y aunque el pedido era desafortunado, se puso contenta. Una carta es romántica de todos modos, ya no le importaba qué decía. 
Sentía que esto la había acercado un poco más al misterioso muchacho. 

Le mandó la carta porque ya le conocía la voz, la silueta y su dulzura. Ahora anhelaba su letra. 
Quería todos sus detalles, y espero la respuesta ansioso, mientras escribía poemas de amor. 

escribió: 
George: Soy Emma, le pido disculpas, no volveré a podar el jardín tan temprano, es que a veces no puedo evitarlo. Amo mi jardín cómo a mi propia vida. Le dejo un cálido abrazo.  
Y dejo el sobre en el buzón, despacio y en silencio, porque si el la veía poniendo la carta en la puerta de su casa, iba a morirse de vergüenza. 

Bajó con ansias, la vio salir de su casa yendo directo a la suya, tardando 5 segundos en los que no la alcanzaba a ver, los mismos 5 segundos en qué tardó en animarse a dejar la carta. 
La observó retomar a su departamento. 
Agarró el papel, lo abrió agitado y lo leyó. 
Sintió un calor y una sensación extraña y bella cuándo la frase "Le dejo un cálido abrazo" se apoderó de su mente. Nunca ninguna mujer le había dado uno, y éste llegó tan real, tan sentido, que todo su cuerpo se aceleró como si ella seria cada una de las letras del escrito. 

No respondió. 

Sabía que no iba a contestarle, pero ya se sentía feliz. Era tanta la atracción que sentía por ese ser, que pensaba que en cualquier momento el iba a tocarle el timbre y se iban a abrazar al fin. Pensó si era amor o qué. 

Ya no aguantaba lo que el cuerpo le decía, ya le explotaba la mente, ya no lo sostenía. Sentía que tantas cosas inexplicables iban a hacerlo estallar. 
Ya tenía su imagen, su voz, su letra y su abrazo en forma de palabras. Cómo si fuese un rompecabezas, la armaba y la desarmaba en el orden que quería, y la pensaba, a veces entera, otras sólo su voz o sólo su cuerpo. Todo le parecía extraño. 

Ella se acuesta a las doce, casi siempre se duerme rápido, y cuándo le cuesta, se acuerda de lo que le decía su abuela: Qué cuando te agarra el insomnio es porque alguien te está pensando o soñando mucho. 
Esa noche alguien la estaba desvelando.
Cómo no le gustaba no poder dormir, tomó una de sus píldoras y al instante estaba sumergida en un profundo sueño. 
Soñó que a su árbol favorito no le crecían más las hojas y que se quedaba pelado para siempre. 

Esa noche iba a entrar por la ventana de ella. Se puso la ropa que más le gustaba. Bajó las escaleras rápido y agitado. Cruzó la calle. 
La ventana era baja y estaba un poco abierta. La persiana se encontraba bastante alta, lo suficiente cómo para hacer presión y abrirla. Lo hizo. 
Estaba todo oscuro. 
Lo primero que vio fue el reflejo de la dama en el colchón. Estaba tan cerca. 
Su cabeza era un laberinto sinuoso, lleno de preguntas, lleno de amor. A él no le gustaba el amor. 
Se acercó y vio que estaba sumida en un sueño demasiado profundo. 
De repente todos los retazos que tenía guardados de su existencia, todas las escenas que había filmado con sus ojos y todas las fotos que había logrado capturar con el alma se habían transformado en una pesadilla insostenible para su estructura. El corazón se le salía y no lo soportaba. 

Puso la mano en su bolsillo derecho. Llevaba la rama del primer árbol que había podado con su padre, era parte de su ser, siempre la tenía encima. 
Se le nubló todo pensamiento y la clavó en el pecho de la mujer. 
Se quedó contemplando cómo la sangre se derramaba a sus pies. 
Juntó las dos manos, y usándolas de cuenco, recogió un poco. 

Ahora ya tenía todas las piezas de ella, todos los detalles, toda la esencia. Una por una, había logrado juntar todas las piezas del rompecabezas. 

Caminó a su casa con las manos juntas, entró y regó su jardín. 



3 comentarios:

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  2. Hola sol, quería preguntarte sobre un tweet que escribiste hace mucho. Me gustó mucho la frase pero no recuerdo exactamente lo que decía, tenía ese final como: "Es que usted tiene el mismo perfume que él". En fin, me encanta tu blog y siempre leo tu twitter. Besos!

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    1. hola, creo que ya te respondí esto. Fue un momento que me hizo acordar al perfume de alguien... Me dirías quien sos? Saludos!

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