Almas inquietas, voces escondidas silenciosas, historias diluidas en un vaso de alcohol. Cristales rotos inmersos en la oscuridad, caras borrosas con miradas perdidas.
Un bar, una calle, un ser, y mil vidas en una.
La soledad pisa, invade.
Camina sin rumbo hacía lo desconocido, bajo los efectos tóxicos de una noche desequilibrada.
Sus ojos se pasean con olor a disturbio, a miedo encerrado y a una historia que intenta quemar.
Se refugia en ese vaso repleto de líquido que dice ser la salida y la cura a la soledad, ese líquido que dice ser compañía.
Sigue caminando, percibe callejones sin salida y andenes perdidos, va en busca de un hilo de luz que lo ayude a escapar de ese eterno sentimiento interno, que le golpea cada célula y le martilla cada órgano sigilosamente.
Se cansó de andar por la nada, se sentó en el umbral y apoyó sus pies en los duros adoquines.
Mira pasar el tiempo que se funde en el viento.
Sintió en carne viva la propia muerte en vida y olfateo infiernos mezclados con cielos.
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