miércoles, 8 de octubre de 2014

Sin vuelta atrás

Un suave y bajito silbido bajo la luna.
Eso era esa noche de cielo despejado.
Caminaba lento con la cabeza baja, cigarrillo en la mano y capucha. Lo único que le podía ver era la pera, el humo que volaba por encima de su cabeza y su andar tan entrañable.
Así y todo, sin conocimiento alguno, sabía que se trataba de él.

Sentí cómo toda mi alma temblaba ante tanta incertidumbre.
Sentí que flotaba, sentí que me desarmaba lentamente.
Cuánto más cerca lo veía, cuánto más se acercaba, más sensaciones inexplicables me invadian.
Nunca había sentido tantas emociones juntas, nunca hasta que llegó ese día.

Fueron meses interminables de soñar, de pensar, de no dormir. Los recuerdo, los siento, aunque ésto fué hace bastante.
Me imagine cosas hermosas y también no tan hermosas.
Filme millones de películas en mi mente con pocos protagonistas. Me hablé mucho, muchísimo, cómo nunca antes.
Enloquecí varias cabezas, y también enloquecieron la mía con sus rotundos "NO", típicos de la gente que no sueña nada.
Nada me importó, nada me freno.

Dicen que si creas lindas cosas te pasan cosas lindas, y que sí das amor, las únicas personas que pueden llegar a tu vida siempre van a venir con amor.
Eso me lo inculco una mujer a la cuál quiero mucho y la qué me enseñó, entre otras cosas, que los pequeños regalos de la vida son infinitamente gigantes.

A ella le creí más aún cuándo aquella noche dónde el verano quería despedirse, el amor dejó de llamarse así y lo empecé a llamar "él".

Todavía tiemblo esas sensaciones, y en cada partícula de la memoria tengo tatuados los abrazos, las miradas, las risas, y su ser.

Levantó la cabeza, tiró el cigarrillo y le conocí los ojos. La luna nos silbaba bajito.
Dos sonrisas partieron el adoquín, y un abrazo cruzó toda frontera existente.

No existió vuelta atrás desde aquel instante. 

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