viernes, 19 de septiembre de 2014

El más allá, en el más acá

La niña permanecía en aquella incertidumbre eterna. Soñaba mientras el viento le arrancaba la piel de a poquito, cada gramo de ilusión. Con sus ojos cerrados se la veía infinitente hermosa, delicada y frágil. Ella soñaba.
Su melodía sutil y pequeña resonaba en el hombre qué robaba todas las noches todos sus sueños.
Él había podido extraerle la esencia que la hacía tan especial. Sucedió en un despistado abrir de ojos de ella. Él logro meterse por aquellos color miel y así contraer la magia de la niña.
Todo tesoro pertenecía al hombrecito ahora.
Ella no despertaba, se movía inquieta, parecía irreconocible a simple vista. Le dolía el cuerpo y el vacío que la recorria era cómo la inmensa oscuridad de la noche sin luna.
Luchaba por poder abrir de nuevo sus ojos, pero le costaba y sentía una gran presión que no le permitía ni ver un destello de luz.
Mientras, él brillaba y dejaba paz por dónde caminaba, irradiaba esa esencia dulce y mágica en cada paso, y en cada pensamiento, llamaba a la niña a la cuál tanto necesitaba en silencio.
Ella despertó luego de varios intentos, su cara pálida y su cuerpo débil hacían qué su caminar sea lento.
Comenzó a oler un perfume muy conocido, qué le devolvía un poco de ganas de seguir.
Confió en su intuición, aquella niñita, y caminó por el camino que le trazaba aquel olor tan especial y particular, que la mantenía viva.
Fueron días, dónde se arrastro por los abismos sin encontrar salida, hasta qué un empujón del tiempo La hizo detenerse en un punto luminoso dónde todo era inmensidad, brillo y aromas.
Se habían encontrado.
Una noche, él se quedó dormido profundamente durante dos días, dónde se encontró con ésta muchachita en su antigua vida, que le pedía que la salve cómo sea, pero qué la salve. Después de tal mensaje, despertó y supo qué era ella, la qué tanto necesitaba y amaba. No encontraba el por qué, pero no podía vivir sin su presencia. Claro, todo ésto venía de sus antepasados hermosos. Cuándo al fin la vio, le devolvió su esencia, ella suavemente volvió a sonreír y a sentir su naturaleza plena y fresca.
Se reconocieron.
Todo aquello que sucedía en ese momento, era todo eso que había sucedido vidas atrás.
El destino amó tanto el  vínculo de éstos seres, qué volvió a repetirlo sin temor, poniendolo cómo ejemplo de qué el amor permanece escrito para siempre en los planos del tiempo.

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